De esas raras escrituras que van saliendo de los dedos hacia las teclas sin que parezca mediar pensamiento alguno, como si estuvieran escritas ya en algún sitio recóndito y de repente están allí como un relámpago...
Escrito automático
El poeta ejecuta un ritual, que
confirma por ausencia las reglas de la manada, bebe en el pozo del pecado
sonriendo, come en la mesa del hastío
donde otros celebran, celebra pues, donde otros se persignan. El poeta ha
dejado un reguero de semen que ya casi ha convertido en signo. El poeta firma
pasquines flamígeros, se esconde detrás de sus botellas, desdeña los manuales
de instrucciones, aborda navíos agrietados, se explica en breves columnas de
humo, a ráfagas de silencio, con los puños cerrados.
El poeta nombra de un plumazo, el
asfalto iridiscente de callejones perdidos, la luz tenue de farolas grasientas,
el olor valle de los cuerpos en descanso después de las cimas madrugadas del
vicio, la decadencia casi romántica de las pensiones por hora, los verbos
imposibles del aullido, y se da el lujo de nombrarlas tiernamente, con el dejo
de nostalgia que siempre tienen los habitantes desterrados de antiguos
paraísos.
El poeta se mece en los libros,
guarda sus fichas de primeros auxilios, se regocija en la belleza , repite de
memoria, para pequeños auditorios, los conjuros inmemoriales de sus ancestros,
no le importan apenas, las caras de aburrimiento de las vecinas, los certeros
dardos de los académicos, las furiosas fauces de los devotos, sabe que al final
de la ruta, siempre hay una muchacha que
espera el disparo de un verso que es suyo.
El poeta se repite en las resacas, florece marchito,
sin apenas memoria, pero sabe el punto en que dejó la noche y las glorias
pequeñas de la madrugada, silba sin tono panegírico su propia historia y se
burla también de lo que puede.