lunes, 1 de febrero de 2016

Escrito Automático


De esas raras escrituras que van saliendo de los dedos hacia las teclas sin que parezca mediar pensamiento alguno, como si estuvieran escritas ya en algún sitio recóndito y de repente están allí como un relámpago...



Escrito automático
El poeta ejecuta un ritual, que confirma por ausencia las reglas de la manada, bebe en el pozo del pecado sonriendo,  come en la mesa del hastío donde otros celebran, celebra pues, donde otros se persignan. El poeta ha dejado un reguero de semen que ya casi ha convertido en signo. El poeta firma pasquines flamígeros, se esconde detrás de sus botellas, desdeña los manuales de instrucciones, aborda navíos agrietados, se explica en breves columnas de humo, a ráfagas de silencio, con los puños cerrados.
El poeta nombra de un plumazo, el asfalto iridiscente de callejones perdidos, la luz tenue de farolas grasientas, el olor valle de los cuerpos en descanso después de las cimas madrugadas del vicio, la decadencia casi romántica de las pensiones por hora, los verbos imposibles del aullido, y se da el lujo de nombrarlas tiernamente, con el dejo de nostalgia que siempre tienen los habitantes desterrados de antiguos paraísos.
El poeta se mece en los libros, guarda sus fichas de primeros auxilios, se regocija en la belleza , repite de memoria, para pequeños auditorios, los conjuros inmemoriales de sus ancestros, no le importan apenas, las caras de aburrimiento de las vecinas, los certeros dardos de los académicos, las furiosas fauces de los devotos, sabe que al final de la ruta, siempre hay una muchacha  que espera el disparo de un verso que es suyo.
El poeta se repite en las resacas, florece marchito, sin apenas memoria, pero sabe el punto en que dejó la noche y las glorias pequeñas de la madrugada, silba sin tono panegírico su propia historia y se burla también  de lo que puede.

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